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Donald Trump ha ganado las elecciones de Estados Unidos contra Kamala Harris. Como todos los sectores, quien presida la primera potencia mundial es clave para los intereses de las élites y las empresas que se encuentran en el mundo tecnológico. En los últimos meses, se ha visto un posicionamiento cada vez más claro de esta industria a favor de Trump, y podrían existir unos cuantos motivos, entre ellos su apuesta por la IA, que ayudará a figuras clave como a Elon Musk.
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Sin embargo, se abren muchas preguntas sobre cómo afectará esto a nivel global y a la política internacional. Teniendo en cuenta que las grandes tecnológicas son americanas.
Uno de los principales motivos que impulsan el apoyo a Trump en Silicon Valley es su postura fiscal y regulatoria. En comparación con los demócratas, Trump ha adoptado un enfoque menos restrictivo en cuanto a la regulación de las grandes empresas tecnológicas, que actualmente se ven agobiadas en muchos puntos del planeta - como en nuestro país - por un interés de los estados por defender al consumidor frente a sus posturas monopolísticas.
Este sector se enfrenta a constantes presiones fiscales por parte de los demócratas, quienes buscan implementar medidas que obliguen a las empresas a pagar una mayor cantidad de impuestos, especialmente aquellas que generan ingresos en el extranjero.
La administración Trump, en cambio, ofrece una perspectiva de mayor flexibilidad en este ámbito, lo cual resulta atractivo para muchas empresas tecnológicas que buscan maximizar sus ingresos y reducir sus obligaciones tributarias.
Además, Trump ha manifestado un interés en impulsar políticas arancelarias que podrían permitir a estas empresas expandir sus operaciones dentro del país sin preocuparse tanto por la competencia externa. Por ejemplo, una de sus propuestas es establecer tarifas arancelarias del 10% a todos los países, independientemente de si son aliados o no. Esta medida, aunque controvertida, podría reducir la dependencia de Estados Unidos en cuanto a materias primas provenientes del extranjero, incentivando la producción y fabricación nacional.
Para las empresas tecnológicas, esto representa un dilema: por un lado, podría incrementar sus costes de producción si dependen de componentes o productos manufacturados en el extranjero. Por otro, podría abrir oportunidades de inversión en territorio estadounidense, protegiéndolas de ciertas competencias externas. El problema es que estas empresas normalmente son extremadamente dependientes del exterior, por lo que la balanza oscila de una manera peligrosa.
Es importante entender que muchos directores de Silicon Valley están motivados por factores económicos y de conveniencia más que por afinidades políticas o personales. Las políticas migratorias son otro aspecto crucial en esta ecuación. El sector tecnológico en Estados Unidos depende en gran medida de trabajadores extranjeros altamente cualificados, especialmente en áreas como la ingeniería y el desarrollo de software.
La administración Trump, sin embargo, ha adoptado una visión restrictiva en materia de inmigración, mucho más que la contraparte demócrata. Esto podría generar problemas para empresas que necesitan esta mano de obra. No obstante, muchos CEOs confían en que Trump podría flexibilizar algunas de estas restricciones si mantiene una relación cercana con ellos o si percibe un beneficio económico claro.
De esta manera, se han ido viendo acercamientos de los CEO de Silicon Valley y de las grandes tecnológicas a Donald Trump. No solo en el caso exagerado de Elon Musk, sino en otros mucho más sibilinos y poco mediáticos, tanto por parte de Meta como de Amazon, tal y como recogen algunos medios como la CNN. Si bien, Trump ha acusado a las Big Tech en ocasiones de censurarle, como a Google de que aparecían menos sus noticias en el carrusel de novedades, ahora parece, de acuerdo con el propio Trump que estarían cada vez más cerca de posicionarse a su favor aunque no fuera de forma totalmente abierta.
Si tenemos en cuenta además que ahora todas las empresas están lanzando una carrera masiva hacia la IA, es de esperar que se apoyen en Trump, quien ha asegurado que permitirá una investigación con menores regulaciones con tal de hacer frente a China.
Esto además muestra un claro adversario para Trump: China. El país asiático se encuentra actualmente en un punto difícil económicamente, pero parece que para Trump el enemigo no es Rusia - sus relaciones con Putin siempre han sido buenas - sino que la competencia real es con China, país con el que los Estados Unidos tiene importantes lazos, pero también graves tensiones en su lucha por convertirse en el otro polo de poder del mundo.
Entre los CEOs de Silicon Valley, Elon Musk destaca por su relación especialmente cercana con Trump. Musk, propietario de empresas como SpaceX y X (anteriormente conocida como Twitter), ha mostrado abiertamente su apoyo a Trump en los últimos meses.
Una de las razones más evidentes de esta cercanía entre ambos es el hecho de que SpaceX, empresa de Musk, se ha convertido en uno de los principales contratistas del gobierno estadounidense. La compañía recibe contratos millonarios tanto de la NASA como de la Fuerza Espacial de Estados Unidos, lo que convierte a Musk en un actor clave dentro del ecosistema gubernamental y en un aliado estratégico para cualquier administración interesada en fortalecer el sector aeroespacial.
Además, la relación entre Musk y Trump no se limita a intereses empresariales; existe un nivel de apoyo y complicidad en el ámbito político. Musk ha seguido de cerca las elecciones al lado de Trump, lo cual refleja una relación más allá de lo estrictamente comercial. Además, ha volcado los intereses de su red social, X, en una furibunda campaña a favor de Trump. Durante meses, la propaganda desde su cuenta y cuentas afines ha sido masiva.